JULIETA Y ROMEO

 

JULIETA Y ROMEO

Esta es una historia de amor ocurrida en tiempos antiguos en la ciudad de Verona. Había en dicha ciudad dos familias enfrentadas por el odio ciego, los Montesco y los Capuleto, y las disputas entre los miembros de una y otra eran frecuentes. El Príncipe de Verona había decretado una orden que condenaba a la pena de muerte a cualquier familiar que iniciara alguna riña con la otra familia. El hijo de los Montesco, Romeo, andaba solitario y sufriente al no ser correspondido por Rosalina, una bella mujer de la que estaba enamorado.

Un día un noble apuesto y afamado, el Conde Paris, caminaba junto a Capuleto y le preguntaba si le daría en matrimonio a su hermosísima hija, Julieta, lo que este, de obtener el beneplácito de su hija, aceptó. Por la misma calle aparecieron Romeo y su primo cuando se encontraron con un criado de los Capuleto, que les pidió que le leyeran una orden por la que se anunciaba que se organizaba una fiesta esa noche en casa de su amo en honor a Julieta y a la que asistiría toda la ciudad. Romeo decidió ir a la fiesta con su primo solo por ver a Rosalina.

Mientras, en la casa de los Capuleto, la señora Capuleto instaba a Julieta a casarse con el noble Paris: “Esta noche conocerás a la flor de Verona, en cuyo rostro descubrirás la imagen de la más alta belleza y si algo se emborrona en tu mirada, contempla sus ojos y estos aclararán tu mente”.

“Intentaré agradarle, si el intento puede algo, pero mi mirada no herirá su alma más de lo que me permitáis, madre”. Respondió Julieta.

Esa noche, Romeo, su primo y un amigo, se acercaron a la fiesta de los Capuleto cubiertos con máscaras para no ser reconocidos por su familia rival. Al instante, en el salón principal, distinguió Romeo a Julieta y no pudo evitar que sus labios hablasen: “¡Que las antorchas iluminen tan clara visión! Esa joven parece alumbrar la sombra de la noche como un anillo de oro brilla en el índice de un guante oscuro. Demasiado espléndida es su belleza como para servirse de ella, demasiado valiosa para ser terrena. Cándida paloma de tiernas plumas parece entre el ruidoso gentío. ¿Ha amado mi corazón hasta el día de hoy? Mis ojos, rendidos, lo niegan. Hasta esta noche nunca contemplé hermosura tan real.”

Romeo se acercó, tomándola de la mano, a Julieta para proferirle dulces palabras: “espero no deshonrar con mi mano pecadora tan sagrado y hermoso templo. Nunca manos humanas edificaron uno igual en el que se respirara tanta paz. Deja que mis labios se arrepientan de tal profanación posándose suavemente en tus labios, así quedan salvados por tu gracia”. Así dijo y besó cálida y dulcemente los labios algodonosos de Julieta.

Ambos preguntaron luego al ama de Julieta quiénes eran y a qué familia pertenecían. Cuando supieron que pertenecían a familias enfrentadas, sintieron una gran carga en el corazón, pero al instante una súbita fuerza, la fuerza del amor más alto, la expulsó de su pecho. Sabían que, a pesar de las dificultades y los obstáculos, el ímpetu de la naturaleza y del amor se impondría a los conflictos familiares y las normas sociales.  

Así, al día siguiente, escapó Romeo de su primo y de su amigo y escaló el muro de la casa y accedió al jardín de los Capuleto para repetir el mismo placer de contemplar de nuevo el rostro de la amada. Allí en el balcón apareció la hermosa silueta de Julieta:

“¿Qué esplendor se muestra en aquella ventana? Es tan bello su resplandor que oscurece al mismísimo astro solar. Es tan sutil su brillo que el sol la envidia, porque su energía es tan cálida que está más allá de la naturaleza física. Rejuvenece el alma a todo aquel al que irradia su tibieza. Su espíritu es una fuente de virtud pura, que no se esfuerza por ser virtuosa, pues ya lo es. Las dos estrellas más hermosas de todo el firmamento, al apagarse, suplican a sus ojos que alumbren el cielo en espera de su vuelta. Y con tanto fulgor lo iluminan que la noche parece día y su luz llega incluso a la sombra más oculta.”

“Vuelve a hablar, ángel, que caes a mis ojos en esta noche como réplica del cielo, enviada desde lo alto como imagen que cautiva mis sentidos y mi alma y, presa mi mente de la más alta dulzura, me condenas al deseo interminable y a la inquietud perpetua que fluctúa entre la sensación dolorosa y la placentera”. Así habló Romeo, deslumbrado por Julieta.

Julieta mientras tanto elevaba sus pensamientos a lo alto: “Romeo, deshecha el apellido de tu padre y de tu madre si se oponen a nuestro amor. O si no lo deseas, seré yo quien renuncie a mi apellido. El nombre no es lo real, pues la rosa destilaría la misma fragancia, aunque no tuviese tal nombre y aunque no te llamases Romeo yo podría aspirar en ti el mismo perfume del amor que respiro ahora. Reniega de tu nombre y yo me entregaré por completo a ti”

“Llámame amor, que es la más real de las palabras, y por ti renaceré de nuevo con ese nombre y renunciaré al de Romeo”, dijo el joven Montesco.

“¿Cómo has conseguido entrar en esta casa? Los muros del jardín son elevados y, si te encuentra alguno de mis parientes aquí, corres peligro de muerte”, respondió Julieta.

“Con el alado impulso del amor me elevé sobre estos muros, pues por altos que sean no pueden retener ese brío celeste. Amor no teme a la muerte, al contrario, la muerte es su ausencia y todo lo que pueda hacer, lo intentará con toda la fuerza. Así que tus parientes no me causan miedo. Más hiriente puede ser tu cálida mirada que el frío acero de sus espadas. Ella es mi más invulnerable escudo.” Confesó el joven.

“Si te encuentran aquí, te quitarán la vida” advirtió Julieta.

“La sombra de la noche me ocultará. Prefiero que su odio ponga fin a mis días, que aplazar la sombra última en innumerables días sin tu amor”, respondió Romeo.

“Querido Montesco, te amo tanto y me entrego tanto a ti que creerás que soy una mujer ligera. Hubiera querido ocultar un poco mis sentimientos, pero la oscura noche los ha desvelado. Mas no prometas tu amor tan apresuradamente y se apague la luz de tu pasión tan rápido como se extingue el fulgor de un rayo. Este tierno brote de amor, con la brisa sustentadora de la primavera, tal vez se transforme en una hermosa flor que perfume nuestras ansias. Que el mismo sosiego y reposo que aquieta mi alma serene tu apasionado pecho”, confesó ella.

“Solo deseo que me prometas sincero e infinito amor”, pidió el joven.

“Mi desinterés es tan vasto como el cielo, mi ternura tan profunda como él; cuanto más derrocho, más acopio, pues uno y otro provienen allende el firmamento y son ilimitados” respondió la joven.

“¡Romeo!” volvió a gritar Julieta.

“Es mi alma que me nombra; ¡con qué divino eco suenan bajo la plateada luna las voces melifluas de los enamorados, como la melodía más dulce para los oídos ávidos!” declaró Romeo.

“Mañana te enviaré a alguien para acordar el día y la hora de nuestra boda” afirmó la joven.

“Que el descanso se pose en tus ojos y la quietud inunde tu corazón. ¡Ojalá fuera yo ese descanso y esa quietud para reposar tan suavemente!” Se despidió Romeo.

Cuando ya la noche clareaba, fue a visitar a su padre espiritual, Fray Lorenzo, para pedir su ayuda. El religioso se dio cuenta al punto de que Romeo no había dormido en toda la noche:

“¿Es por Rosalina?”, preguntó.

“No”, respondió Romeo “sino por la bella hija de los Capuleto. Vengo a pedirte que nos cases hoy”

“El amor, querido amigo, no es sino una consecuencia de nuestro miedo psicológico. Si nuestra mente no tuviera miedo, no necesitaríamos personas a las que adorar, ni entregarnos a ellas para olvidarnos de nosotros mismos. Pero ya sé que eres un hombre de carne y hueso y te cautiva el amor humano. Así que lo haré y con ello mi propósito será reconciliar a las dos familias”

Cuando ya hubo llegado la mañana, la niñera, mensajera de Julieta, se acercó en la calle a Romeo y este le confesó que su amor por Julieta era sincero y que esa misma tarde los casaría Fray Lorenzo. Además, le entregó una escalera de cuerda y le pidió que la sujetara de la alcoba de Julieta para que él pudiera acceder a su habitación y pasar la noche juntos.

Al instante, la niñera fue a ver a Julieta, le contó todos los planes y Julieta quedó enormemente agradecida.

Esa misma tarde, Romeo, preparado para casarse, entró en la celda de Fray Lorenzo:

“Solo con contemplarla un segundo mi dicha no cabe en el ancho cielo”, dijo entusiasmado Romeo.

“Los placeres intensos provocan, cuando desaparecen, dolores intensos. Así que ama con moderación, pues una mente serena es más apta para el amor que un corazón agitado. Ahí llega la dama”, respondió Fray Lorenzo.  

“Dulcifica, Julieta, con tu respiración esta estancia y que la suave música de tus palabras propague la inmensa alegría que obtendremos en esta alianza” intervino Romeo al verla.

“Mi honesto amor se ha extendido tanto en mi alma que no puedo contabilizar ni la mitad de mi opulencia”, contestó Julieta.

“A ojos del supremo, que todo lo ve, ya sois solo uno” concluyó Fray Lorenzo.

Poco después, Teobaldo, de los Capuleto, lleno de rabia y sin poder controlar su ira y frustración, con la envidia hirviendo en su entraña, se acercó a Romeo, que estaba con su primo y su amigo, y comenzó a insultarle y agredirle para que iniciase pelea con él. Romeo, tan elevado del suelo como estaba y con su alma tan apaciguada, no registraba en su mente los insultos y rehusaba la disputa. Pero su amigo se interpuso en los ataques que Teobaldo profería y fue golpeado duramente en el rostro. Romeo entonces censuró al joven Capuleto, que intento golpear también al hijo de los Montesco. Este detuvo el golpe cuando el Príncipe de Verona hizo acto de presencia y detuvo la pelea. Al punto ordenó el exilio de Teobaldo y Romeo, que sintió el aguijón doloroso e inmediato de tener que separarse de su esposa.

Así que la niñera fue a darle a Julieta la triste noticia del destierro de Romeo. Julieta rompió en amargas lágrimas al saber que ya no podría volver a ver a su amado. Tanta era su aflicción que el llanto ahogaba su triste pecho, por lo que la niñera trató de consolarla diciéndole que sabía dónde se ocultaba Romeo y que iría a buscarlo.

Mientras tanto, Romeo se lamentaba en la celda de Fray Lorenzo de su suerte.

“Piensa que al menos no ha sido la muerte del cuerpo, sino solo el destierro”, trataba de consolarle el sacerdote.

“Di muerte, porque el exilio para mí es más hiriente que la propia muerte. Más terror me infunde el perpetuo sufrimiento del exilio que la muerte. El paraíso está aquí en Verona, donde vive el adorable rostro que amo y que guarda un alma que se ha apegado para siempre a mi corazón y a mi mente. Cualquier persona indigna, menos el desgraciado Romeo, podrá deleitarse con ambos.” Se lamentaba Romeo.

En ese momento llegó la niñera informando de la desesperación de su ama. Fray Lorenzo instó a Romeo a que fuera a visitar a su amada, advirtiéndole que antes de despuntar el alba, debía ponerse en camino de Mantua para no ser capturado por los guardias.

Esa noche Romeo ascendió raudo a la alcoba de Julieta y en la habitación de esta probaron insaciables el gozo más alto, fundiendo sus cuerpos desnudos en un desesperado abrazo, presintiendo el dolor que sobrevendría a la separación. La fricción de los cuerpos temblorosos se transformó tras el clímax en ternura infinita y nostálgica, pues el exilio de Romeo los condenaba a una oscuridad perpetua.

“La alondra anuncia el día, ya el alba extiende su manto lucífero sobre la tierra y cuanto más clarea el cielo, más sombrías son nuestras penas. La áspera angustia seca nuestra savia de vida. Debo marchar” Dijo desesperadamente Romeo.

Abatida y desconsolada, Julieta fue a ver a fray Lorenzo para pedirle consejo y amenazó traspasarse el pecho con una daga si no volvía a ver a Romeo. Vino a la mente del padre un plan que podría resolver los males de ambos. Le pidió que al acostarse al día siguiente tomase un frasco de licor aletargante con el que parecería yerta y sin pulso cuando la descubrieran sus padres a la mañana siguiente. El mismo prepararía el funeral para llevarla al panteón de los Capuleto.  Mientras tanto, enviaría una carta a Romeo detallándole el plan para que acudiera al cementerio a rescatar a Julieta, que despertaría veinticuatro horas después y así ambos podrían huir juntos a Mantua. Julieta, entusiasmada, aceptó la idea y se dirigió a su casa.

Así, en la tarde del día siguiente, Julieta dio las buenas noches a sus padres y se encerró sola en la habitación. Allí tomó el frasco de licor que le había entregado Fray Lorenzo. A los pocos minutos se sumió en un profundo y plácido sueño. Al día siguiente los padres de Julieta fueron a la habitación de su hija y la encontraron yerta, pues parecía muerta:

“Ay, hija mía, la fría muerte reposa sobre ti como una helada precoz sobre la flor más bella de todo el prado”, se lamentaba entre sollozos la señora Capuleto.

Al momento llegó Fray Lorenzo a la habitación de la joven para consolar a los padres de Julieta: “Esta bella joven os pertenecía a vosotros y al cielo, ahora le pertenece toda al cielo y es lo mejor para ella; no podíais conservar de la muerte la parte que os pertenecía, pero el cielo conserva la suya eternamente. ¿Acaso no queríais elevarla a lo más alto? ¿Y os lamentáis, ahora, que la joven se alza más allá de las nubes, más allá del cielo infinito? Que cese el llanto y llevémosla a la Iglesia y en el panteón de los Capuleto le daremos feliz sepultura.”

Poco después, el criado de Romeo llevó hasta Mantua las noticias de la muerte de Julieta. Desesperado y devastado por el dolor, este fue a casa del boticario a comprar bebida venenosa que acabara súbito con su sufrimiento. Adquirida esta, marchó al panteón de los Capuleto en Verona para darle el último adiós a su amada.

Mientras tanto, el emisario enviado a Mantua por Fray Lorenzo para entregar la carta a Romeo con el nuevo plan llegó agitado a la celda del religioso explicando que cuando iba a dirigirse a Mantua con la carta, unos guardias, sospechando que podía contagiar la peste, le impidieron el acceso y no pudo entregarla. Impactado el fraile, se dirigió presuroso al panteón de los Capuleto para impedir un trágico final.

Así llegó Romeo al panteón de los Capuleto y desesperado destapó el sepulcro de Julieta:

“Oh amor, oh cielo, la negra noche ha hurtado la dulzura de tu respiración, pero no ha rendido tu hermosura, no te ha conquistado, porque tu belleza tiene más poder que la muerte; en tus labios sigue roja y turgente la enseña de la perfección, no ha podido ondear en ellos su violácea bandera. Julieta, ¿cómo te conservas tan hermosa? Creo que la espectral muerte se ha enamorado profundamente de ti y la bestia descarnada te retiene aquí para que seas su amante eternamente. Tu rostro parece sereno, porque no te dio miedo la muerte, sino que esta se asustó de tu pureza. Contigo he de quedarme para siempre en esta morada oscura, pues aborrezco la vida lejos de ti. ¡Que mi mirada se pose rendida en tu rostro por última vez! ¡Qué mis labios anhelantes sellen con un beso un pacto perdurable con la ávida muerte!

Y cuando estuvo a punto de beber el veneno, Julieta despertó del hondo letargo y abrió sus ojos luminosos y húmedos y el miedo se disipó de la mente de Romeo. El corazón del joven se colmó de dicha, su mente, hasta entonces agitada y poblada de oscuros pensamientos, se iluminó y se aquietó. Se abrazaron pasionalmente y su felicidad se elevó a lo alto, por encima de la bóveda que los encerraba. Romeo susurró unas tiernas palabras de amor en el oído atento de Julieta y se besaron delicadamente, gustando Romeo la dulzura recobrada del aliento de su amada.

Salieron del panteón cogidos de la mano. Volvió la alegría a la casa de los señores Capuleto, cuando Fray Lorenzo les comunicó que su hija había regresado de la muerte. Las dos familias se reconciliaron y aceptaron el matrimonio de los jóvenes, tuvieron prole y es arduo describir la felicidad y la paz de la que gozaron.

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