EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN A LA LUZ DE KRISHNAMURTI
EL EVANGELIO SEGÚN
SAN JUAN A LA LUZ DE KRISHNAMURTI
El evangelio según
San Juan comienza con la afirmación: “La palabra (λόγος) era Dios”. Para
Krishnamurti la palabra y el pensamiento interfieren negativamente en la
percepción directa de la realidad. La palabra para Krishnamurti no es lo real y
no puede haber una relación completa con la realidad a través de la palabra.
Seguidamente el
Evangelio prosigue: “Este estaba en el principio junto a Dios”. ἐν ἀρχῇ (en el
principio) implica tiempo psicológico y por tanto conflicto y θεόν (Dios), para
Krishnamurti, no es sino una proyección ideal del ego.
Más tarde se afirma
de Juan: “Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin
de que todos creyesen por él.” (πιστεύσωσιν δι’αὐτοῦ). El concepto de “creer a
través del otro” no es válido para Krishnamurti. Para él uno solo puede
aprender en la observación de sí mismo. Así dice en el libro Esa luz en uno mismo (p. 13-14): “uno
tiene que ser una luz para sí mismo […] ser una luz para sí mismo significa no
seguir la luz de otro por muy razonable, lógica, histórica y convincente que
sea.”
Dice el Evangelio a
continuación: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo
no le conoció” Esto se contrapone con la tesis platónica que defiende que todo
ser viviente ha conocido las Ideas inmanentes que se reviven a través de la
reminiscencia. Para Krishnamurti se llega a lo inmensurable a través de la
negación del mundo conocido y si una sola persona ha accedido a ese estado,
cambia la psique del conjunto de seres humanos.
Más adelante se
afirma: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. La página traduce τέκνα θεοῦ
γενέσθαι, “para llegar a ser hijos de Dios”. Para Krishnamurti el llegar a ser
(becoming) implica tiempo psicológico y Dios vuelve a ser la idea que
veneramos. Las ideas (incluso la de Dios) son proyecciones de lo conocido, por
muy sutiles o elevadas que sean. Krishnamurti prefiere usar términos como
desconocido o inmensurable.
A continuación, se
dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”
Para Krishnamurti toda experiencia, incluso mística, implica identificación con
lo conocido, como la reminiscencia platónica, y experimentador, algo que me ha
sucedido a mí, venga del cielo o de otro lugar, por tanto, refuerzo del ego.
Más tarde prosigue:
“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo”. ἡ ἀλήθεια διὰ Ἰησοῦ Χριστοῦ ἐγένετο. Para
Krisnamurti, cuando uno espera de un maestro que le enseñe la verdad, ¿no se
vuelve el maestro más importante que la verdad que quiere descubrir?
Cristo afirma: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida” (ἐγὼ εἰμί ἡ ὁδός καὶ ἡ ἀλήθεια καὶ ἡ ζωή).
Para Krishnamurti, la verdad no está lejos, no existe ningún camino hacia ella,
ni su camino ni mi camino, no existe un camino devocional, no existe un camino
de conocimiento o de acción, porque la verdad no tiene camino. En el momento en
que uno tiene un camino hacia la verdad, clasifica la verdad porque ese camino
es exclusivo, y todo lo que empieza siendo exclusivo termina en la
exclusividad. El hombre que sigue un camino nunca conocerá la verdad porque
vive en la exclusividad, sus medios son excluyentes, y los medios son el fin,
los medios y el fin no están separados; si los medios son excluyentes, el fin también
lo es.
En cualquier caso,
indentificarse con el yo (ἐγὼ) refuerza el ego y la verdad y la vida requieren
para Krishnamurti la disolución del ego.
Más adelante se
dice (1:18): ἐκεῖνος ἐξηγήσατο: aquel lo relató, lo describió. Para
Krishnamurti, lo descrito no es lo real. En cualquier caso, para llegar a lo
desconocido solo se puede negar lo conocido.
Otro pasaje del
Evangelio (1:30) señala: “πρῶτός μου ἦν”. Juan dice que Jesús estaba antes que
él. Para Krishnamurti, en el verdadero aprendizaje no puede haber autoridad.
Para aprender uno debe estar por completo libre de la autoridad; de lo
contrario, será meramente adoctrinado y repetirá lo que ha oído.
Cristo afirma
(1:51): “De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios
que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.” (ὸν οὐρανὸν ἀνεῳγότα καὶ τοὺς
ἀγγέλους τοῦ Θεοῦ). Para Krishnmaurti, solo puede haber percepción directa de
lo real cuando hay observación pura sin la distorsión de los pensamientos, las
ilusiones y las proyecciones del yo. Solo cuando hay atención plena, hay
percepción directa y se puede trascender lo real, y esa trascendencia no es una
imagen ni una idea.
Creer a través de
los milagros, como ocurre con los discípulos cuando Jesús convierte el agua en
vino, para Krishnamurti, sería una contradicción absoluta. Las creencias nos
impiden la percepción directa y real de las cosas. El pensador indio defendía
en sus conferencias que él no trataba de convencer a los oyentes y de que ellos
creyesen en él, sino que iban a recorrer un camino juntos explorando,
investigando, inquiriendo. Cuando crees en alguien, este se convierte en tu
superior, por eso Krishnamurti niega toda superioridad moral.
A continuación se
dice (2:22): “Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se
acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que
había dicho Jesús.” (ἠγέρθη ἐκ νεκρῶν) Para Krishnamurti, las explicaciones
como resurrección de los muertos, reencarnación, etc., no provienen de un
conocimiento de la muerte, sino que son meras proyecciones de ideas que nos
forjamos acerca del fragmento de existencia que llamamos “vida”. La auténtica y
única vida es morir para la estructura psicológica con la que nos
identificamos; morir cada minuto en cada acto que realizamos; morir para el
placer inmediato y para la continuidad del dolor y una vez que sabemos lo que
está implícito en ese morir, es cuando estamos en condiciones de preguntarnos
qué es la muerte. No se discute con la muerte
corporal. Sin embargo, sólo aquellos que saben morir de instante en instante
pueden evitarse iniciar con la muerte un diálogo imposible. En esa muerte
psicológica constante hay una renovación constante, un frescor que no pertenece
al mundo de la continuidad en la duración.
Y prosigue el Evangelio
(2:25): “γὰρ ἐγίνωσκεν τί ἦν ἐν τῷ ἀνθρώπῳ” “porque él conocía que había en el
interior del hombre”. Esta afirmación del Evangelio coincide con la idea de
Krishnamurti de que el hombre al observarse a sí mismo puede conocer el
interior del género humano, pues todo hombre comparte temores, ambiciones,
dolor, pesadumbre y conflictos internos.
En (3:3) Cristo
afirma: “el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (γεννηθῇ ἄνωθεν,
“nacer desde el cielo”), esto conecta con la idea de Krishnamurti de la
necesidad de una total revolución interior en cada uno de nosotros.
En (3:8) dice
Jesús: “el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde
viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu” (οὐκ οἶδας πόθεν
ἔρχεται καὶ ποῦ ὑπάγει). En Krishnmurti no tiene relevancia el antes de la vida
y el después, pues lo importante es la plenitud en el presente, que es la vida
auténtica. La verdadera preocupación ha de ser alcanzar esa plenitud en vida,
no la de qué existe antes y después de la vida.
Más tarde añade
(3:15): “para que todo el que cree en él tenga vida eterna.” (πιστεύων ἐν αὐτῷ)
Para Krishnamurti, cuando te subordinas a otra persona te conviertes en alguien
de segunda mano. Las indicaciones de otro pueden servirte como señalizaciones
en la carretera, pero después tienes que seguir tu propio camino. No te puedes
liberar de lo conocido a través de otro, pues repetir o imitar las palabras de
otro no te conducen a la verdad.
Y continúa (3:31):
“El que viene de lo alto está por encima de todos.” (ἐπάνω πάντων). Para
Krishnamurti nadie hay por encima del resto. Él no se considera autoridad, en
las conferencias que ofrecía decía que su colocación en un estrado, se debía a
la conveniencia de ver a todos los asistentes desde esa posición y no a una
superioridad moral o psicológica de ningún tipo.
A continuación,
explica (3:34): “El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el
Espíritu con medida” (ἐκ μέτρου). También para Krishnamurti el pensamiento es
medida, comparación y, por tanto, limitación, así que debe cesar para acceder a
lo inmensurable.
Más tarde, señala
(3:36): “El que cree en el Hijo posee la vida eterna”. Para Krishnamurti la
creencia es una negación de la verdad, la creencia obsta a la verdad, no se
puede alcanzar la verdad a través de otro, sino solo se puede acceder por uno
mismo y desde la más absoluta libertad. Solo se puede alcanzar la libertad
creyendo en uno mismo.
El Evangelio
prosigue así (4:25): “La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el
Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». (4:26) Jesús le dice: «Soy yo, el
que habla contigo»” En Cristo, aunque mínimo, hay un cierto anclaje al ego,
cuando se identifica con el Mesías para que sus interlocutores se identifiquen
con él como su salvador. Pero la esencia de la liberación es la disolución
absoluta del ego. No hay salvadores entonces, sino individuos capaces de
observarse y disolver el centro de su ser. Eso solo ocurre, según Krishnamurti,
cuando el observador es lo observado.
A continuación,
Jesús afirma (4:44): «Un profeta no es estimado en su propia patria».”
Krishnamurti dio muchas de sus conferencias en India, su país de origen.
Posteriormente se
dice (4: 48): «Si no veis signos y prodigios, no creéis» (4:50 y 51) “Jesús le
contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se
puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro
diciéndole que su hijo vivía.” (σημεῖα καὶ τέρατα). Creer a través de las
ilusiones es una clara y doble distorsión en la observación. No hay que creer
en otro y se debe observar no “lo que debería ser” sino “lo que es”. “Lo que
debería ser” no es sino una proyección, un escape futuro al presente absoluto
y, por tanto, dualismo que provoca conflicto.
Después se añade
(5:24 y 25): “En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al
que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya
de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está
aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído
vivirán.” Este pasaje conecta con la idea de Krishnamurti de que la auténtica
vida es convivir con la muerte. Quien muere a lo conocido (y lo conocido sería
para Cristo la muerte) vive plenamente.
Cristo afirma
(5:30): “Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio
es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (31)
Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.” En este pasaje,
Jesús conecta con la idea de la disolución del ego, de la nulidad del ser como
individuo. El individuo fragmentado no es nada ni nadie en sí mismo. Solo
cuando tiene una mirada holística, que engloba al conjunto de los seres
humanos, adquiere entidad. El pensamiento es una mera acumulación de segmentos,
solo cuando se trasciende (y para trascenderlo hay que negarlo) se alcanza la
totalidad.
Respondió Jesús
(6:29): «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». Volvemos
al mismo problema que ya hemos tratado. Ni a través de la creencia en Cristo o
en Krishnamurti o en cualquier otro personaje por respetable y admirable que
sea podremos librarnos de lo conocido. Solo a través de uno mismo. Seguir a
otro es imitar. Seguir no solo supone negar nuestra propia claridad,
indagación, integridad y honestidad, sino que además implica que, cuando
seguimos a otros, lo que nos motiva es la recompensa. Y la verdad no es una
recompensa. Para comprender la verdad debe descartarse por completo el premio y
el castigo, o sea el cielo y el infierno cristiano tan manido. Al fin y al cabo, el cielo y el infierno
es otro dualismo histórico que debemos superar.
Y continúa
(8 :12): «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida». Para Krishnamurti, la luz está en el
interior de cada uno de nosotros, solo tenemos que mirar bien y observar sin
las distorsiones de las ideas, de los conflictos y deseos para encontrarla. No
necesitamos seguir a nadie, sino permanecer en una soledad creativa, es decir,
mantener la relación con los otros, pero sin las ataduras psicológicas que ella
implica.
Afirma Cristo
(8:32): “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Krishnamurti
igualmente cree que la libertad y la verdad son sinónimos. Para una mente libre
de toda atadura psicológica, la verdad se aparece. Pero la verdad no es algo
fijo, no participa de la continuidad temporal, no tiene tiempo, y no se puede
encerrar en una descripción verbal. Es algo que se renueva a cada instante y
que nace a cada momento cuando nos hemos liberado de toda atadura del pensar.
Dice Jesús (8:34):
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo.” La
esclavitud para Krishnamurti es apego a las ideas, a las propiedades, a los placeres,
a la fe, al refuerzo constante del ego. Cuando observamos que el “yo” no es
sino el apego a todo ello, sin juzgar ni condenar ni forzarnos al desapego,
pues en la voluntad hay resistencia y lucha, entonces uno deja de ser esclavo.
Señala Cristo más
adelante (8:44): “Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir
los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio y no se mantuvo
en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo
suyo porque es mentiroso y padre de la mentira. (45) En cambio, a mí, porque os
digo la verdad, no me creéis.” Para Krishnamurti, el hombre es violento y esa
violencia es la que nos empuja a matarnos unos a otros por el amor a la patria,
a la religión o a la ideología. Solo cuando uno observa que el yo no está
separado de la violencia, que es la violencia, y no juzga ni condena ni se
identifica con esa violencia, solo entonces se diluye la violencia en él.
Asimismo, el hombre es hipócrita porque hace lo contrario de lo que dice. El
pensamiento es parte de la hipocresía, solo cuando cesa este, la acción no se
somete a una idea y, por tanto, es una acción correcta. Cuando subordinamos la
acción a la idea, al pensamiento, nos engañamos a nosotros mismos y engañamos a
los demás.
Dice Jesús (11:25 y
26): «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. De igual
manera en Krishnamurti lo que tiene relevancia es la muerte psicológica, no la
biológica. Si mueres psicológicamente a lo conocido a cada instante, no importa
la muerte biológica. Esa muerte de la psique es vida, mientras que el apego a
lo conocido es muerte.
Afirma Cristo
(12:25): "El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí
mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna." Esto conecta con la idea de
Krishnamurti de negar el yo para alcanzar la plenitud, de sentirse descontento
con uno mismo y así despreciar lo conocido. El yo, el pensamiento, la memoria
es pasado y es resultado del miedo al vacío, a lo desconocido. No podemos
observar ese miedo sin escapar con actividades egocéntricas.
Más tarde indica
(12:44): «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha
enviado. (45) Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. (46) Yo
he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en
tinieblas" Las palabras de Cristo no nos deben remitir a un ente ficticio,
Dios separado del mundo como una otredad en un espacio imaginado. Para
Krishnamurti, el Dios en el que creemos es una proyección idealizada de
nosotros mismos, o sea, del pensamiento. Lo inmensurable, la verdad, dios o
como queramos llamarlo no están contaminados por el pensamiento ni la ideación.
El pensamiento es el yo, que no es sino acumulación de memoria, por eso, cuando
Cristo afirma en 8:54 «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría
nada” está negando ese ente ficticio que el pensamiento ha creado. Igual que en
Krishnamurti, no hay división entre pensador y pensamiento, el pensador lo crea
el pensamiento.
Más tarde dice
Jesús (12:47): “Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo,
porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo.” El
concepto de juicio (κρίνω, cuya acepción original en griego clásico es separar,
dividir) en Cristo, es también en Krishnamurti un obstáculo para la
comprensión, una distorsión de la percepción directa de la realidad. Cuando
juzgamos, nos identificamos con algo o lo condenamos y, por tanto, buscamos la
autoprotección, la seguridad psicológica, ya sea por el placer que nos causa la
identificación o por el rechazo del daño que buscamos al condenarlo. Es todo
ello, refuerzo del ego.
A continuación,
Cristo señala (13:16): “En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que
su amo, ni el enviado es más que el que lo envía.” Para Krishnamurti, el
discípulo destruye al maestro. Cada uno tiene que ser su propio maestro y
aprender a conocerse a sí mismo. Si hay un maestro y un discípulo, hay
dependencia y explotación mutua, el discípulo intenta llenar su insuficiencia y
el maestro obtener un beneficio personal, por tanto, no hay aprendizaje
posible. La verdad no es un concepto estático que se pueda fijar mediante una
descripción verbal, sino algo en constante movimiento que nadie puede
atesorar.
“Respondió Jesús y
le dijo (14: 23): «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y
vendremos a él y haremos morada en él.” La diferencia de Cristo con
Krishnamurti es que aquel incluye las formas de futuro (ἀγαπήσει, ἐλευσόμεθα y
ποιησόμεθα) y este afirma que el tiempo psicológico, incluido el futuro, no son
sino procrastinaciones del cambio que cada uno debe operar a nivel de la
psique. Para Krishnamurti, la plenitud no se encuentra en el futuro sino en el
presente absoluto.
Y Cristo dice
después (16: 7): “Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy,
os lo enviaré.” La idea de Cristo de entregar la vida física en el Evangelio
coincide con la de Krishnamurti en la de que la muerte física no tiene
relevancia. En Krishnamurti no se defiende la idea de suicidio, sino la de la
muerte psicológica. Cristo pretende dar una prueba de la irrelevancia de la
vida física, no suicidándose, lo que para Krishnamurti no sería sino un acto
resultado del aislamiento y un refuerzo del ego, pues con ello se busca un
resultado (el fin de la agonía y el
sufrimiento), sino entregando su vida a los judíos para probar esa irrelevancia.
En cualquier caso, el fin del sufrimiento y del conflicto para Krishnamurti
solo acaece con la muerte psicológica, no con la física, cuando se muere a todo
lo conocido y a todo apego.
Más tarde afirma
(16: 28): “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy
al Padre”. Krishnamurti solo hace distinción entre el mundo de lo conocido y el
mundo de lo desconocido, pero desdeña el viaje del cuerpo físico, pues lo
físico es irrelevante. Si la mente que es materia niega lo conocido, su
condicionamiento, se accede a la realidad suprema, o como queramos llamarla, y
ahí la condición del cuerpo es irrelevante, como lo es la muerte física. Una
vez ha cesado el pensamiento, la materia, el estado del cuerpo, no es
importante. Si de manera natural ha disuelto el ego, qué importa que el cuerpo
tenga vida o no, pues ha alcanzado la plenitud y en esa plenitud no hay
dualismo entre vida y muerte.
La idea de alma, de
Dios es deseo. Es un 'yo' más elevado, pero no deja de ser ego, una proyección
de mí mismo. Así que la idea de salvación o de unirse a Dios es un refuerzo del
ego, es lo que la mente proyecta idealmente para hallar confort a nuestra
angustia. Solo cuando dejamos de buscar confort y no escapamos de la angustia
es cuando podemos hallar la plenitud o como queramos llamarlo. Para
Krishnamurti el nombre no importa, la palabra solo distorsiona esa percepción
completa de la realidad.
En definitiva, las
coincidencias entre Cristo y Krishnamurti son claras: la vida física es
irrelevante. Lo importante es la muerte psicológica, de lo conocido (del mundo,
para Cristo). Una vez negado lo conocido adviene lo inmensurable.
Cristo no habla en
su nombre, sino en el del padre, por lo tanto, sugiere la unidad entre pensador
y pensamiento, experimentador y experiencia, así como la disolución del ego. El
amor de Cristo, que entrega su vida para probar la insignificancia de la vida
física, es similar a la idea de amor de Krishnamurti: éste solo llega cuando está ausente el
interés personal.
Hay, no obstante,
algunas diferencias: creer a través del otro, de Cristo, implica una
infravaloración del creyente, una dependencia psicológica que impide la
verdadera libertad.
Asimismo, el tiempo
psicológico que aparece en algunas palabras de Cristo (con el empleo del
futuro) conlleva conflicto entre ‘lo que es’ y lo que debería ser o va a
convertirse (becoming). El tiempo psicológico impide la plenitud en el
presente, la unidad, puesto que conlleva dualidad entre esos dos estados (to be
y becoming).
Cristo no juzga, no
condena y tampoco piensa por sí mismo. El juicio, la condenación, las
conclusiones impiden la percepción directa de la realidad y la atención
completa. Cuando no hay imagen de uno mismo, no puede haber identificación ni
condena hacia el prójimo, ni tampoco uno puede sentirse herido, pues no hay
acumulación del yo, no hay identidad. Cristo soporta la humillación y la
crucifixión sin apenas lamento, porque ha disuelto el ego, la imagen de uno
mismo, la identidad, fusionándose con lo inmensurable.
Para terminar, cito unas
palabras de Krishnamurti (La verdadera
meditación, p. 61): “Puede que unos pocos hayan florecido, se hayan salido
y hayan trascendido la conciencia, pero eso es irrelevante.” […] Puede que lo
que se haya dicho en el pasado sea verdad, pero esa verdad no es suya. Usted
tiene que descubrir, tiene que aprender lo que significa no matar nunca.
Entonces será su verdad, una verdad viviente. De igual modo –no a través de
otro ni de la práctica de un sistema inventado por otro, de la aceptación de un
gurú, maestro o salvador-, usted mismo, desde su libertad, tiene que ver lo que
es verdad, lo que es falso, y descubrir completamente por sí mismo cómo vivir
una vida sin el más mínimo conflicto.”
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