EL JARDÍN DEL EDÉN
EL JARDÍN DEL EDÉN
Después de que Dios hiciera los cielos y
el mundo, formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en sus fosas nasales
el aliento de la vida; y el hombre se convirtió en un alma viviente. Entre
montañas plantó un jardín en el Edén y allí puso al hombre que había formado.
Dios hizo brotar de la tierra toda clase
de árboles gratos a la vista y provechosos para comer; también, en medio del
huerto, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Y
de las montañas nacía un río para regar el jardín.
Y así, tomó Dios al hombre y lo puso en
el jardín del Edén para que lo labrara y lo guardara.
Y Dios aconsejó al hombre diciendo:
“Si superas los opuestos, el
dolor y la felicidad, la bondad y la maldad entenderás la unidad. Podrás comer
de todos los árboles del jardín; pero del árbol de la ciencia del bien y del
mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás. Así, si
pides más de lo que realmente necesitas, te causará dolor. Sólo cuando uno
utiliza lo estrictamente necesario para sobrevivir, no encuentra dolor en ello.
“Miserable el
que come del árbol del bien y del mal, porque ello significa el deseo de
obtener lo que no necesita y de crear necesidad en el mundo que le rodea. Las
personas ansiosas por poseer fortunas materiales serán las que causen mayor
daño a los hombres y, por tanto, serán las que se alejen más del Edén.
“En los lugares donde se congrega el
hombre, sólo encontrarás dolor y frustración. Es tanto el sufrimiento que es
ardua la manera de aliviarlo. Cuando la herida psíquica producida es tal, solo
el que muestre una mente serena en medio del caos mostrara el camino para
superar dicho caos.
“No es bueno que
el hombre esté solo; crearé un alma gemela para él. Pero si tú o tu mujer
coméis del fruto prohibido, con dolor comeréis de él todos los días de vuestra
vida; la tierra os ofrecerá espinas y cardos; y comeréis las plantas salvajes
del campo. Con el sudor de tu rostro obtendrás el pan, hasta que vuelvas a la
tierra, porque de ella fuiste creado; porque polvo eres, y al polvo volverás”.
Dios había formado cada bestia del campo
y cada ave del cielo y las trajo al hombre para ver cómo él las llamaría. Y
como el hombre llamó a cada ser viviente, ese era su nombre. El hombre puso
nombres a todos los animales, a las aves del cielo y a todos los animales del
campo. Pero para Adán no se encontró un alma gemela.
Entonces Dios provocó
en el hombre un sueño profundo, y mientras dormía tomó dos de sus costillas y
cerró la herida con carne. Y de la costilla que Dios había tomado del hombre,
formó una mujer y la trajo al hombre. Entonces el hombre dijo:
“Esta es, al
fin, hueso de mis huesos y carne de mi carne; se llamará mujer.”
Por tanto, el
hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola
carne. Y estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban.
Pero de la otra
costilla que había quedado olvidada surgió otra mujer en un lugar apartado del
jardín. Una luz cegadora irradiaba en su mirada ingobernable. Y cuando la
vieron esconderse en la sombra trémula e incierta del árbol del bien y del mal,
Adán tuvo miedo de que fuera tentada por la serpiente y tuvo compasión de ella.
Y cuando estuvo a punto de ser tentada por la serpiente, Adán se acercó a ella y el brillo de
sus ojos iluminó cualquier sombra de maldad que en el alma de Adam existiera.
La abrazó y aspiró la fragancia que emanaba, así como las abejas buscan el
néctar de las flores, creyendo que en su olor está la esencia con la que
nutrirse, sin importar a la flor cuál se acerca y cuál se aleja.
La abrazó como se abraza lo que no se
puede poseer, porque ella era libre en su inmensa humanidad, igual que se
abraza la ternura infinita que es inmensurable como la inmensidad del cielo, la
más pura opulencia de lo alto y así sintió en sus brazos esta criatura
delicada. Parecía a simple vista, como el diamante, un cristal frágil, pero
también como el diamante era dura e indestructible. Parecía fría como la nieve,
pero irradiaba un calor tan intenso que la carne se derretía al tacto.
Sólo si él eliminaba cualquier mínima
sombra de egoísmo la luz de ambas Evas podría iluminarle en el camino hacia la
eternidad. El amor puede ser despreciado y maltratado, pero siempre permanece floreciente
en la creación.
Abrazar lo que no tiene sustancia, la
ternura suprema, es abrazar el amor absoluto que no tiene límites materiales, ni
límites al placer, pues no es recompensa material. La auténtica ternura está
más allá del universo y de la creación y no existe imagen para ella, es sólo
una emoción que aquieta el alma.
Adán dijo a la
primera Eva: “Encontré otra mujer como nosotros. No podemos permitir que ella
caiga en la tentación. Estaré vigilante y la apoyaré para que no tropiece”.
Ambas mujeres eran perfectas y cuando la
dualidad participa de la perfección, en realidad refleja una unidad simple, el
amor máximo que es perfecto, único e indivisible. El número, la materia y todo
conocimiento desaparecen de la mente cuando las almas se unifican en una unión
abstracta.
El amor es como una planta en el jardín,
hay que regarla todos los días para que no se marchite. Cuando la planta da su
fruto, se absorbe su jugo, que ha sido cuidadosamente cultivado, y cuanto más
se acerca el jardinero al centro, donde está la semilla del fruto que plantó,
más dulce es su sabor.
Desde entonces fue bebiendo la leche de
sus pechos y con los besos se intercambiaba el dulce néctar para nutrirse
mutuamente. Tomaban los frutos de los árboles y, entre las dulces sombras que
estos proyectaban, se abrazaban durante horas eternas. En el río sagrado
también se lavaban el cuerpo el uno al otro.
Su desnudez no
los avergonzaba. En la noche contemplaban las estrellas mientras pensaban que
podían ir más allá de ellas. Y cuando la paz era tan extrema, pensaban que
estaban a punto de explotar en infinitas partículas de luz serena.
Después, se
dirigían a la ciudad, donde el dolor del hombre se esparce como la oscuridad en
el cielo nocturno, para perderse en las tinieblas y sentir el mismo dolor que
sentían los hombres allí abandonados. Una noche, mientras regresaban a su
jardín, la serpiente apareció enroscada al árbol del mal.
La serpiente era
más astuta que cualquier otra bestia del campo que Dios había hecho. Con su
lengua bífida y su piel de escamas punzantes, sólo tenía intención de matar con
su terrible veneno. Le dijo a la mujer: "¿De verdad dijo Dios: 'No comerás
de ningún árbol del jardín'?"
Y la mujer dijo
a la serpiente: “Del fruto de los árboles en el huerto podemos comer, pero Dios
dijo: 'Del fruto del árbol que está en mitad del jardín no comerás, ni tocarás,
si no quieres morir.'”
Pero la
serpiente dijo a la mujer: “No morirás, porque Dios sabe que cuando comas de
él, se te abrirán los ojos y serás como Dios, conociendo el bien y el mal”.
“Sólo la paz suprema puede distinguir la diferencia entre el mal y el bien.
“No te creemos” respondieron ambos simultáneamente. “Debemos superar el bien y
el mal, porque si creemos en uno tenemos que creer necesariamente en su
contrario y, por tanto, nunca nos abstraeremos del mal, el auténtico enemigo.
Tomaremos estos frutos y ofreceremos algunos a quien quiera compartirlos”.
Cuando es
posible sobrevivir sin el dolor de competir, uno se siente inocente y en esa
simbiosis con la naturaleza encuentra respuesta al enigma de la vida.
Encontrarás limitaciones inherentes a la naturaleza pero cuando las superes,
cuando superes la soledad y la quietud del ambiente, que a veces te parece
triste y sin vida, y, otras, alegre y lleno de vitalidad, estarás levantándote,
libre, del peso de luchar por el sustento con el prójimo, como la paloma que
encontró su grano en la planta y se eleva sin resistencia hacia el cielo.
Y Dios les dijo
finalmente: “El hombre puede incendiar la tierra y hacerla arder con su
llamarada infernal, quemar al prójimo en la hoguera, pero nunca podrá consumir
todo el oxígeno del cielo, afear el azul de la atmósfera, contaminar el verde
profundo de los mares y de los ríos, el resplandor nocturno de otras esferas.
“Si te entregas
en cuerpo y alma, puro y como espíritu, al hombre, eres el aire más limpio en
el que tu hermano puede respirar un mínimo soplo de vida y, aunque sufre el
terror en el infierno, encuentra una burbuja cristalina que se eleva entre la
llama, el humo y la carne ardiendo.
“El hombre
crucificará al prójimo sin importarle si éste sufre las torturas más atroces en
lo que él llama la lucha por la supervivencia. El único que escape de ello y
llore por el hombre todos los días superará el dolor humano y un día dejará de
llorar para siempre.
“Aquí es donde
reside el secreto del universo, la energía y el infierno se desvanecen en un
punto donde la calma y el silencio lo invaden todo. Ya no hay fuego que se
propaga y es el origen de todo lo que precede a la naturaleza, la cualidad más
pura, para desvanecerse y estallar en una explosión de paz y de antimateria.
Hijo mío, este jardín es el paso previo a venir conmigo.
“El amor
resistirá en su primer jardín y los primeros pobladores, expuestos al dolor,
pero también libres en su inocencia, puros como el fruto que se ofrece sin
pedir nada a cambio, dedicarán su carne putrefacta a la tierra y la nutriran
como polvo sagrado, pero su espíritu estará siempre en el verde de los mares y
de los ríos, de las hojas y de las plantas, en el blanco de las nubes y de las
altas montañas, en el rojo de los frutos carnosos y de los labios ángelicales,
en el cielo azul y en el negro profundo de la noche, en los lugares donde la
paz original permanecerá siempre intacta”.
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