EL ELISEO Y EL HADES / THE ELYSEUM AND THE HADES / L'ÉLYSÉE ET L'HADÈS / L'ELISIO E L'ADE
EL ELÍSEO Y EL HADES
“Porque nunca el alma que no
haya visto la verdad puede tomar figura humana.”
Platón, Fedro
“Jamás se puede ser feliz en este planeta ni
en esta vida”
Bhagavad Gita
Esta es la historia antigua
de un auriga que quiso conducir su carro en veloz carrera hacia las alturas. Había
buscado por todo el orbe corceles alados, pero solo los dos más fuertes que
encontró se atrevían a impulsar su biga: uno blanco inmaculado, bello, pero
sobre todo noble, bueno y virtuoso y otro también blanco pero más joven y más
hermoso y proporcionado si cabe. El primero representaba
los deseos espirituales, el impulso moral que guía el alma a realizar acciones nobles.
El segundo, bueno también, aunque igualmente representaba los deseos espirituales,
además simbolizaba los apetitos carnales y terrenales.
Cuando ambos armónicamente
impulsaban su carruaje, elevaban a nuestro hombre a las altas esferas, al
Elíseo, praderas donde el descanso del alma era indescriptible, donde los ríos
corrían rumorosos y saciaban la sed al beber de ellos solo una vez, donde el
mullido césped de la orilla ofrecía reposo máximo, donde los árboles daban
apetitosos frutos que aplacaban el hambre para siempre. No había tiempo en ese
paraje idílico, solo un presente perpetuo de desesperado deleite.
Era una eterna y tibia
mañana de primavera, en la que el rocío humedecía, dando frescor y brillo, a
las plantas. No había maldad ni pecado en esa llanura fértil de belleza y
ternura, donde una luz radiante y poderosa alumbraba cálidamente las almas que
allí llegaban. Tal era el goce espiritual que halló nuestro auriga que apenas
sentía el latir tenue de su corazón y las palabras e imágenes de la mente se
desvanecían y en ella solo había espacio para una quietud plácida, no
perceptible ni por los sentidos ni por la inteligencia sino solo por el alma.
¿Cómo expresar ese bienestar
del alma? No brotan las palabras en ese ameno lugar, la mente se deshace de los
conceptos y las representaciones aprendidas, la idea alma es mucho más bella y
armoniosa que todos los objetos bellos y buenos que se han contemplado en vida.
Solo una emoción recorre el interior del cuerpo, un escalofrío más bien,
mortalmente placentero, que proviene del amor absoluto y que se expande desde
la última médula al resto de las venas. Y nuestro auriga en ese momento deseaba
que esa sensación perdurase en el tiempo, se prolongara infinitamente porque su
corazón y su carne destilaba dulzura deliciosa y tibia.
Y esa sensación impulsaba a
nuestro hombre amar todo lo viviente, incluso lo más sombrío y pecaminoso, a
apiadarse de todas las almas del mundo, aun las más oscuras, para que, como
almas humanas perdidas, contemplasen la verdad radiante, el amor sin límites y
volvieran a la senda de la luz y al recto camino hacia la vida eterna.
Pero no se prolongaba
eternamente su elevación a las alturas porque, cuando los dos corceles contendían,
galopaban en direcciones opuestas, y nuestro auriga perdía el control de las
riendas y del carro, que se precipitaba dando bandazos a lo hondo de las
profundidades, al Hades.
Allí era donde las sombras
de los muertos vagaban sin encontrar reposo, donde el pecado impregnaba cada
acción, donde la sangre mezclada con odio hervía bajo ardoroso fuego, donde el
hambre, la enfermedad y la vejez llagaban los cuerpos, donde el fratricidio
condenaba el espíritu del hombre, malgastando su nobleza originaria, donde la
lujuria llenaba de terror el corazón de los mortales, donde la tristeza
profunda y el dolor invadían las almas, donde la oscuridad se cernía sobre cada
ser y donde no se abría ni un solo claro para la paz y la serenidad del ánimo.
Solo había un camino para no
hundirse en la tiniebla, concentrando la mente en la palabra sagrada como
mínimo alivio al dolor y al sufrimiento, como opiáceo que inoculara calmante
remedio en los miembros llagados.
Solo entonces se descubría
la verdad última del mundo: que se debe contemplar con igual mirada lo bueno y
lo malo, sentir con igual ánimo el placer y el dolor, considerar con la misma templanza
la alegría y la tristeza; que el placer y el dolor son fruto de los deseos
materiales, del apetito de complacer los sentidos y de obtener frutos
placenteros de nuestros actos. Solo quien ha dominado la mente, somete al
cuerpo y al mundo y encuentra la paz suprema.
Pero nuestro hombre,
arrodillado, rompió a llorar amargamente, impotente por no poder guardar en su
corazón de forma perdurable las enseñanzas sagradas, porque no podía guardar la
palabra divina en su pecho, que se ahogaba en llanto.
Se sentía incapaz de
controlar la mente para no ser arrastrado por los placeres y los sufrimientos,
por no poder superar la dualidad del mundo, por no poder ser ejemplo para el
resto de mortales, ni guía en la oscuridad del universo, ni fuente primera para
saciar por siempre la sed del hombre, ni luz que alumbrara más allá de los
astros y las estrellas. Solo era un alma perdida en la infinidad del cosmos,
como otras tantas almas hermanas.
“For the soul which has
never seen the truth can never pass into human form”
Plato, Phaedrus
“without sacrifice one can
never live happily on this planet or in this life”
Bhagavad Gita
This is the ancient story of a charioteer who wanted to drive his chariot
in a fast race towards the heights. He had searched all over the world for
winged steeds, but only the two strongest ones he found dared to propel his
biga: one immaculately white, beautiful, but mainly noble, good and virtuous
and another also white, although mottled, more beautiful and proportionate if
possible, although not so noble. The first represented spiritual desires, the
moral impulse that guides the soul to perform noble actions. The second, good
too, although it partly represented spiritual desires, it also symbolized
carnal and earthly appetites.
When both harmoniously propelled his chariot, they elevated our man to the
high spheres, to the Elysium, meadows where the rest of the soul was
indescribable, where the rivers ran murmuring and quenched the thirst by
drinking from them just once, where the soft grass of the shore offered maximum
rest, where the trees bore appetizing fruits that quelled hunger forever. There
was no time in that idyllic place, only a perpetual present of desperate
delight.
It was an eternal, warm spring morning, in which the dew moistened, giving
freshness and shine, to the plants. There was no evil or sin in that fertile
plain of beauty and tenderness, where a radiant and powerful light warmly
illuminated the souls that arrived there. Such was the spiritual joy that our
charioteer found that he barely felt the faint beating of his heart and the
words and images of the mind faded and in it there was only space for a placid
stillness, not perceptible either by the senses or by the intelligence but only
by the soul.
How to express that well-being of the soul? Words do not emerge in that
pleasant place, the mind gets rid of the concepts and learned representations,
the nourishing idea is much more beautiful and harmonious than all the
beautiful and good objects that have been contemplated in life. Only one
emotion runs through the interior of the body, rather a chill, mortally
pleasant, which comes from absolute love and which expands from the last marrow
to the rest of the veins. And our charioteer at that moment wanted that
sensation to last over time, to last infinitely because his heart and his flesh
exuded delicious and warm sweetness.
And that sensation drove our man to love everything living, even the most
gloomy and sinful, to take pity on all the souls of the world, even the
darkest, so that, like lost human souls, they might contemplate the radiant
truth, the love without limits. and return to the path of light and the right way
to eternal life.
But his elevation to the heights did not last forever because, when the two
steeds contended, they galloped in opposite directions, and our charioteer lost
control of the reins and the chariot, which lurched into the depths of the profundities,
to Hades.
There was where the shadows of the dead wandered without finding rest,
where sin permeated every action, where blood mixed with hatred boiled under
burning fire, where hunger, disease and old age wounded the bodies, where fratricide
condemned the spirit of the man, wasting his original nobility, where lust
filled the hearts of mortals with terror, where deep sadness and pain invaded
the souls, where darkness hovered over each being and where not a single
clearing was opened for the peace and serenity of the mind.
There was only one way to avoid sinking into darkness, concentrating the
mind on the sacred word as a minimum relief from pain and suffering, as an
opiate that inoculated a soothing remedy into the wounded limbs.
Only then was the ultimate truth of the world discovered: that one must
contemplate good and evil with the same gaze, feel pleasure and pain with the
same spirit, consider joy and sadness with the same temperance; that pleasure
and pain are the fruit of material desires, of the appetite to please the
senses and to obtain pleasurable fruits from our actions. Only those who have
mastered the mind, subdue the body and the world and find supreme peace.
But our man, kneeling, began to cry bitterly, helpless because he could not
keep the sacred teachings in his heart in a lasting way, because he could not
keep the divine word in his chest, which was drowning in tears.
He felt unable to control his mind so as not to be carried away by
pleasures and sufferings, for not being able to overcome the duality of the
world, for not being able to be an example for the rest of mortals, nor a guide
in the darkness of the universe, nor the primary source to quench man's thirst
forever, nor light that would shine beyond the sun and stars. She was just a
soul lost in the infinity of the cosmos, like so many other sisters souls.
L'ÉLYSÉE ET L'HADÈS
“De toute façon, l’âme qui n’a jamais vu la vérité ne peut prendre l’aspect
qui est le nôtre. ”
Platon, Phèdre
“On ne peut pas être heureux sur cette planète ou dans cette vie. ”
Bhagavad Gita
C'est l'histoire ancienne d'un aurige qui voulait conduire son char dans
une course rapide vers les hauteurs. Il avait cherché partout dans le monde des
chevaux ailés, mais seuls les deux plus forts qu'il avait trouvés osaient
propulser son biga: l'un d'une blancheur immaculée, beau, mais surtout noble,
bon et vertueux et un autre également blanc, bien que tacheté, plus beau et proportionné,
si possible, bien que moins noble. Le premier représentait les désirs
spirituels, l’impulsion morale qui guide l’âme à accomplir de nobles actions. Le
deuxième,, bon aussi, même si elle représentait en partie des désirs
spirituels, il symbolisait aussi les appétits charnels et terrestres.
Quand tous deux propulsaient harmonieusement leur char, ils élevaient notre
homme vers les hautes sphères, jusqu'à l'Elysée, des prairies où le repos de
l'âme était indescriptible, où les rivières coulaient en murmurant et étanchent
la soif en y buvant une seule fois, où l'herbe molle du rivage offrait un repos
maximum, où les arbres portaient des fruits appétissants qui apaisaient à
jamais la faim. Il n'y avait pas de temps dans cet endroit idyllique, seulement
un perpétuel présent de délice désespéré.
C'était un éternel et chaud matin de printemps, au cours duquel la rosée
humidifiait les plantes, donnant fraîcheur et éclat. Il n'y avait ni mal ni
péché dans cette plaine fertile de beauté et de tendresse, où une lumière
rayonnante et puissante illuminait chaleureusement les âmes qui y arrivaient.
La joie spirituelle que notre aurige trouvait était telle qu'il sentait à peine
les faibles battements de son cœur et les mots et les images de l'esprit
s'estompaient et il n'y avait en lui qu'un espace pour une quiétude placide,
non perceptible ni par les sens ni par l'intelligence, mais seulement pour
l'âme.
Comment exprimer ce bien-être de l’âme ? Les mots n'émergent pas dans cet
endroit agréable, l'esprit se débarrasse des concepts et des représentations
apprises, l'idée de l'âme est bien plus belle et harmonieuse que tous les beaux
et bons objets qui ont été contemplés dans la vie. Une seule émotion parcourt
l'intérieur du corps, plutôt un frisson, mortellement plaisant, qui vient de
l'amour absolu et qui s'étend depuis la dernière moelle jusqu'au reste des
veines. Et notre cocher à ce moment-là voulait que cette sensation dure dans le
temps, qu'elle se prolonge infiniment parce que son cœur et sa chair exhalaient
une douceur délicieuse et tiède.
Et cette sensation a poussé notre homme à aimer tout ce qui vit, même les
plus sombres et les plus pécheurs, à avoir pitié de toutes les âmes du monde,
même les plus foncées, pour que, comme les âmes humaines perdues, elles
contemplent la vérité radieuse, l'amour sans limites et reviennent au chemin de
la lumière et au droit sentier vers la vie éternelle.
Mais son élévation vers les hauteurs ne dura pas éternellement car, lorsque
les deux chevaux se disputaient, ils galopaient dans des directions opposées,
et notre aurige perdait le contrôle des rênes et du char, qui titubaient dans
les profondeurs extrêmes, vers l'Hadès.
C'était là que les ombres des morts erraient sans trouver de repos, où le
péché imprégnait chaque action, où le sang mêlé de haine bouillonnait sous un
feu brûlant, où la faim, la maladie et la vieillesse blessaient les corps, où
le fratricide condamnait l'esprit de l'homme, dévastant sa noblesse originelle,
où la luxure remplissait de terreur le cœur des mortels, où la profonde
tristesse et la douleur envahissaient les âmes, où les ténèbres planaient sur
chaque être et où pas une seule clairière n'était ouverte pour la paix et la
sérénité de l'esprit.
Il n'y avait qu'un seul moyen d'éviter de sombrer dans les ténèbres, en
concentrant l'esprit sur la parole sacrée comme un soulagement minimum de la
douleur et de la souffrance, comme un opiacé qui inoculait un remède apaisant
aux membres blessés.
C’est alors seulement que fut découverte la vérité ultime du monde : qu’il
faut contempler le bien et le mal avec le même regard, ressentir le plaisir et
la douleur avec le même esprit, considérer la joie et la tristesse avec la même
tempérance ; que le plaisir et la douleur sont le fruit des désirs matériels,
de l'appétit de satisfaire nos sens et d'obtenir des fruits agréables de nos
actions. Seuls ceux qui maîtrisent l’esprit soumettent le corps et le monde et
trouvent la paix suprême.
Mais notre homme, à genoux, se mit à pleurer amèrement, impuissant parce
qu'il ne pouvait pas garder durablement les enseignements sacrés dans son cœur,
parce qu'il ne pouvait pas garder la parole divine dans sa poitrine qui se
noyait dans les larmes.
Il se sentait incapable de contrôler son esprit pour ne pas se laisser
emporter par les plaisirs et les souffrances, pour ne pas pouvoir surmonter la
dualité du monde, pour ne pas pouvoir être un exemple pour le reste des mortels,
ni un guide dans les ténèbres de l'univers, ni la source primaire pour étancher
la soif de l'homme pour toujours, ni la lumière qui brillerait au-delà des astres
et des étoiles. Il n’était qu’une âme perdue dans l’infini du cosmos, comme
tant d’autres âmes sœurs.
L'ELISIO E L'ADE
“In effetti, l'anima che non ha mai contemplato la verità non potrà mai
giungere alla forma di uomo. ”
Platone, Fedro
“Senza sacrifici non si può
vivere felici su questo pianeta o in questa vita”
Bhagavad Gita
Questa è l'antica storia di
un auriga che voleva guidare il suo carro in una corsa veloce verso le alture.
Aveva cercato in tutto il mondo destrieri alati, ma solo i due più forti che
trovò osarono spingere la sua biga: uno bianchissimo, bello, ma soprattutto
nobile, buono e virtuoso e un altro anch'esso bianco, benché screziato, più
bello e proporzionato, se possibile, anche se non così nobile. Il primo
rappresentava i desideri spirituali, l'impulso morale che guida l'anima a
compiere azioni nobili. Il secondo, buono anche, pur rappresentando in parte i
desideri spirituali, simboleggiava anche gli appetiti carnali e terreni.
Quando ambedue con armonia
spingevano il loro carro, elevavano il nostro uomo alle alte sfere, agli Elisi,
prati dove il riposo dell'anima era indescrivibile, dove i fiumi scorrevano
mormoranti e dissetavano bevendone una sola volta, dove l'erba soffice della
riva offriva il massimo riposo, dove gli alberi portavano frutti appetitosi che
placavano per sempre la fame. Non c'era tempo in quel luogo idilliaco, solo un
perpetuo presente di disperato diletto.
Era un'eterna, tiepida
mattina primaverile, in cui la rugiada inumidiva, donando freschezza e
lucentezza, alle piante. Non c'era né male né peccato in quella fertile pianura
di bellezza e di tenerezza, dove una luce radiosa e potente illuminava
calorosamente le anime che vi giungevano. Tale era la gioia spirituale che provò
il nostro auriga, che appena sentiva il debole battito del cuore e le parole e
le immagini della mente svanivano e in essa c'era solo spazio per una placida
quiete, non percepibile né dai sensi né dall'intelligenza. ma solo per l'anima.
Come esprimere quel
benessere dell'anima? Le parole non emergono in quel luogo ameno, la mente si
sbarazza dei concetti e delle rappresentazioni apprese, l'idea dell'anima è
molto più bella e armoniosa di tutti gli oggetti belli e buoni che sono stati
contemplati nella vita. Solo un'emozione attraversa l'interno del corpo, piuttosto
un brivido, mortalmente piacevole, che viene dall'amore assoluto e che si
espande dall'ultimo midollo fino al resto delle vene. E il nostro auriga in
quel momento volle che quella sensazione durasse nel tempo, si prolungasse
all'infinito perché il suo cuore e la sua carne emanavano una dolcezza
deliziosa e tiepida.
E quella sensazione spinse
il nostro uomo ad amare tutto ciò che è vivente, anche quello più tetro e
peccaminoso, ad avere pietà di tutte le anime del mondo, anche le più oscure,
affinché, come anime umane perdute, potessero contemplare la radiosa verità,
l'amore senza limiti e ritornare sul sentiero della luce e sulla retta via
verso la vita eterna.
Ma la loro elevazione all’ altezza
non durò per sempre perché, quando i due destrieri si contendevano, galoppavano
in direzioni opposte, e il nostro auriga perse il controllo delle redini e del
carro, che barcollò negli abissi, nell'Ade.
Là era dove le ombre dei
morti vagavano senza trovare riposo, dove il peccato permeava ogni azione, dove
il sangue misto ad odio ribolliva sotto il fuoco ardente, dove la fame, la
malattia e la vecchiaia ferivano i corpi, dove il fratricidio condannava lo spirito
dell'uomo, consumando la sua originaria nobiltà, dove la lussuria riempiva di
terrore i cuori dei mortali, dove profonda tristezza e dolore invadevano le
anime, dove l'oscurità incombeva su ogni essere e dove non una sola radura era
aperta alla pace e alla serenità della mente.
Solo allora si scoprì la
verità ultima del mondo: che bisogna contemplare il bene e il male con lo
stesso sguardo, provare piacere e dolore con lo stesso spirito, considerare
gioia e tristezza con la stessa temperanza; che piacere e dolore sono il frutto
dei desideri materiali, dell'appetito di compiacere i sensi e di ottenere
frutti piacevoli dalle nostre azioni. Solo coloro che hanno dominato la mente,
sottomettono il corpo e il mondo e trovano la pace suprema.
Ma il nostro uomo,
inginocchiato, cominciò a piangere amaramente, impotente perché non riusciva a
conservare in modo duraturo nel suo cuore i sacri insegnamenti, perché non
riusciva a trattenere la parola divina nel petto, che affogava nelle lacrime.
Si sentiva incapace di
controllare la propria mente per non lasciarsi trasportare dai piaceri e dalle
sofferenze, per non riuscire a superare la dualità del mondo, per non poter
essere un esempio per il resto dei mortali, né una guida nella oscurità
dell'universo, né la fonte primaria per placare per sempre la sete dell'uomo,
né luce che brillerebbe oltre le stelle e gli astri. Era solo un'anima persa
nell'infinito del cosmo, come tante altre anime sorelle.
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